viernes, septiembre 11, 2020

El blog sigue, pero en su propio dominio

 Nunca paramos del todo. Por varios años dejamos la narración escrita para meternos con todo en la narración oral y la palabra efímera que se ha perdido en su propio tiempo, pero ahí está. Hace unos meses retomamos este viejo blog, pero luego decidimos volver con todo y en serio.

Por eso y desde hace poco tiempo La Máquina de leer ha retomado su blog en su propio dominio www.lamaquinadeleer.com 

El blog concentra los intereses de siempre. Ideas sobre lo que es leer el mundo, transhumancia y reflexiones sobre la belleza.

El blog de la misma mantiene una rutina de un artículo por semana y los que se acuerdan de mi, por ahí podremos encontrarnos. Abrazos

Acá la dirección del blog oficial https://www.lamaquinadeleer.com/?page_id=167


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sábado, julio 25, 2020

La Enfermedad (último fascículo - ASIRIYAKU)



Día 12 - Marta

Tocan la puerta. Es otra vez el médico, me sonríe. Me pregunta si quiero caminar un poco. Salgo con él. Me dice que ya ha parado todo, quedamos doce personas estables. Todos los enfermos han muerto y los han echado al mar. Quedamos muy pocos en comparación a los que fuimos en algún momento. Los que quedamos, no sabemos a ciencia cierta porqué estamos sanos. Salvo claro, si aceptamos la explicación poco científica que Strugull da, que la gente se muere de tristeza. Yo pienso que la gente triste siempre se muere antes. Eso lo sabían esas dos que me subieron al barco. No me necesitaban. Me querían como un amuleto, porque se les había metido la idea de que era una bruja. Me encerraron a lado del camarote del médico. Yo no sé su pena, pero se pasaron las primeras noches llorando. Un día vino un joven del servicio, conversaron, le pusieron triste. Ellas se murieron ese mismo día, ahogadas en su llanto. Al joven, escuché que lo trajeron al médico al día siguiente. Pero ya se le había pegado esa tontería. Yo mismo tuve que llevarlo por tercera vez a la enfermería, no respiraba. El doctor trató de estabilizarlo, cuando se sentó cansado a lado de la camilla, yo le hablé al oído, con cariño, entonces me apretó la mano. Dijo un nombre, Aida y abrió los ojos. Es uno de los pocos que quedan. Es de los más activos. Aunque todos somos iguales, y cada quien ayuda como puede. Pero los que quedamos parecemos contentos, aunque esta embarcación ya no viaja a ninguna parte.

Mientras camino por cubierta principal, Strugull me pregunta qué me gusta en la vida. A mí me encanta el mar. Pero también me encantan otras cosas. Comer, caminar de la mano, pasear aquí en esta cubierta, ver cuadros impresionistas, escuchar a Chico Buarque, pensar que hay cosas que entiendo, pensar que hay cosas que no entiendo, que hay personas que quieren estar bien, que bailan, que cantan, que leen, que dicen cosas bonitas a otras personas.

Andamos un poco más y nos sentamos al borde de lo que fue una de las piscinas. Ahora están todas vacías. Fue una de las primeras medidas que tomó el médico por pensar que podía ser un medio de contagio. Ya va anochecer, no decimos nada. Yo me apoyo en su hombro, él me abraza.

Día 33 Mâred

Llenamos la balsa de agua y víveres diversos que encontramos en el almacén. Marta y Strugull suben de la mano. Cuando los bajamos por medio de una polea, Marta nos dice hasta pronto y sonríe, Strugull la abraza. Quieren a volver a Salvador de Bahía, Marta quiere volver. Nosotros no queremos, no podemos. Los vemos alejarse durante un rato. Esa noche jugamos un juego de adivinar emociones lindas y nombrarlas para sentirlas más fuertes, nos lo enseñó Marta. Esa noche encuentro a Aida.

Día 738 - Aida

Vemos cerca otra pequeña isla y me recuerda el principio del viaje. Esta es más grande, me recuerda a un cuadro que pintó Marta. Fue hace mucho cuando yo pensaba que estaba casada con un hombre y que no había vuelta atrás, que estaba decidido para el resto de mi vida.

En los primeros días del viaje las cosas cambiaron un tanto. La última vez que vi al hombre con el que estuve casada, fue en el camarote, tenía la mirada perdida y un libro sobre el pecho. Marta me ayudó a sacar su cuerpo. Lo botamos al mar al día siguiente junto a una montonera de cadáveres. No lloré por él, me entró alivio, paz.

En aquel tiempo, pasamos semanas, días, meses navegando sin rumbo, sólo tratando de olvidar la enfermedad. Un día jugábamos a contarnos emociones sólo con señas. Yo interpretaba La Alegría, Mâred me dijo: Aida y yo le dije sí.


Mi hija me jala el vestido, se llama Asiriyaku, agua que ríe. Me pregunta si pararemos en la pequeña isla que vemos, le digo que sí.


Cuando atracamos damos un paseo y escuchamos un llanto.

viernes, julio 24, 2020

La enfermedad (fascículo 8)


Día 9 – Un pasajero

Cuando salí al pasillo me topé con una mujer con la ropa vomitada. La cargaban entre dos hombres grandes. Salí a cubierta y ahí justo a lado de la piscina se apilaban varios cuerpos. La gente por todo lado discutía qué hacer. Decían que había que quemar, que había que congelar los cuerpos para darles una sepultura digna, que había que botarlos al mar. No se permitía al barco atracar en ningún puerto por miedo a esparcir nuestra epidemia. No había cómo estudiar a los muertos, así que eran solo pedazos de carne apilándose. Habían decidido ese lugar porque había campo y ahí decidirían qué hacer. Volví hacia el pasillo que conducía hacia mi habitación, una mucama lloraba y luego rápidamente palidecía, comenzaba a sudar y yo ya sé qué era lo que venía , pasé rápidamente por su lado tratando de no mirar más, sentí su mano que se estiraba y su voz que se entrecortaba para pedirme ayuda, pero el que necesitaba ayuda era yo, para alejarme de ella. Cuando me encerré en mi cuarto sentí un calor violento subiendo desde mi estómago, mis mejillas. Vi a mi madre dejándome en el kinder. Recordé la confusión cuando no vino a recogerme , cuando supe que ya no vendría y le preguntaba a mi sombra por qué ella no me quería. Mis lágrimas desbordaron mis ojos y sentí que mi cuerpo ardía.

Día 12 - Strugull

Esta mañana botamos el cuerpo del capitán al mar. Al principio pensamos guardarlo, junto con los otros, para estudiarlo mejor cuando volvamos a tierra. A los primeros cuerpos los refrigeramos, pero luego habían más cuerpos y el olor se hizo insoportable. La clientela del barco comenzó a quejarse. En poco tiempo la mayoría de los pasajeros murieron. Ya no se distinguía más quién era cliente y quién del equipo. Empezamos a ver cuerpos por todo lado. La gente se descontroló, yo sólo escuchaba gritos y llantos. Ahí me di cuenta. La gente que llora es la que se enferma, es el único síntoma. Pero fue muy tarde.

Fue como una epidemia. Era mejor deshacerse de los cuerpos y olores; así que los botamos todos esta mañana. El mar oculta todo.

Ahora la gente que queda está mezclada y tratando de ayudarse. Somos unos doce sobrevivientes. Nadie lo dice pero, a decir verdad ya nadie quiere llegar a algún puerto. ¿Para qué? Cómo vamos a explicarle al mundo la catástrofe, nuestra enfermedad. Podría venir la vergüenza, podría volver la pena. Peor aún, llevarles a todos esta enfermedad, contagiarles. Nada es seguro si volvemos. Quizás allá afuera también todos tienen la enfermedad.

Salgo de mi habitación, toco la puerta de al lado, Escucho la risa de Marta. Ella me mantiene alegre mientras está cerca. Al menos es mi antídoto, mi cura contra la enfermedad de la tristeza.

jueves, julio 23, 2020

La Enfermedad (fascículo 7)



Día 7 Joaquín

Vuelvo al cuarto. Hemos tenido un día rarísimo. Ya hace un par de noches que pasan cosas extrañas. Y anoche, desde que al capitán lo sacaron desconsolado del Atrium, todo está aún menos comprensible. Me parece una especie de payasada. Se supone que estas lunas de miel tienen que ser perfectas, uno paga para eso. Me repito a mi mismo que al final todo estará bien. Claro que volver a las responsabilidades de mi trabajo ahora mismo no me atrae demasiado.

Esta mañana nos comunicaron a todos medidas de precaución por una posible contaminación con alguna enfermedad. Entre las precauciones está el lavarse las manos con un desinfectante alcoholizado que nos han repartido a todos en los camarotes. También nos han dado barbijos para usarlos en espacios cerrados y públicos como el gimnasio, el Atrium, los cafés, o el lounge. Muchos han decidido pasar el día en sus habitaciones. Me imagino la cantidad de quejas que recibirá la compañía al terminar el viaje, una de ellas será la mía. Carolina decidió irse a la biblioteca a leer en la tarde. Veo mi reloj, son las siete de la noche, debería volver. Si no vuelve en media hora iré a buscarla. Tengo hambre, no he probado bocado desde el almuerzo.

Me recuesto en la cama. Agarro el libro que me dio mi colega, al menos debo comenzar a leerlo:

LA ENFERMEDAD

Día 1 - Carolina

Luego de mi boda con Joaquín hemos comenzado este viaje en un transatlántico. No he dejado de sentirme peor desde mi matrimonio. Siempre dije que el amor no existe, que es una excusa de la gente ignorante para llenar el vacío de su vida. Es una solución muy fácil para justificar su existencia. Muy fácil, muy tonta. Lo que me gusta en la vida es el sexo con cariño, y a veces también el pasional. Pero con Joaquín ni lo uno ni lo otro. En la ceremonia repetí las palabras. Tenía que hacerlo, todos lo hacen. Todos deben saber en el fondo que son palabras vacías, que no hay el amor para siempre, que no hay el amor, punto. Menos amor hacia un tipo tan superficial como Joaquín. Buen tipo, eso dicen de él, buen tipo y que me quiere bien. Le gusta mi trasero seguramente, y piensa que esa atracción es amor. Y aquí estamos, comenzando un viaje a bordo del velero más grande del mundo. Dejamos Río de Janeiro enamorados según todos. Llenos de ansias por descubrir el mundo juntos. Cuánta tontería.

Seguramente mi colega de trabajo me regaló el libro para gastarme la broma sabiendo que los protagonistas tienen los mismos nombres que nosotros y que tomábamos nuestro barco en Río también. Humor de intelectual supongo, eso de crear paralelismos. Salto la lectura hasta el segundo día

Día 2 - Joaquín

Tomo la mano de Carolina, está fría. Ella la retira para acomodar la servilleta sobre su falda. El Camarero, con cara de marroquí, llega con un sopero elegante de acero inoxidable. Me sonríe, nos saluda. Hay algo de falso en sus modales, de construido, no tiene naturalidad. Siempre parece amable, pero su cara se tensa mucho. Nos odia, y se odia a sí mismo por tener que saludarnos amablemente. Es por nuestra apariencia, se siente diferente, genéticamente diferente. Al final todos somos racistas...

No me gusta. Paso rápidamente las páginas. Llego a una parte en que este Joaquín finalmente empieza a leer el libro. Me recuesto en la cama. Agarro el libro que me dio mi colega, al menos debo comenzar a leerlo. Lo cierro.

En realidad el libro contiene tan sólo unas cuantas páginas escritas. El resto, unas cien páginas, son diarios de navegación de otros personajes durante los mismos días, personajes con los que Joaquín no se cruza, aunque algunos de ellos comentan cosas sobre él. Voy hasta las últimas páginas, no entiendo, no creor lo que leo.

No estoy triste, no estoy desesperado, no estoy atrapado, pero quiero cerrar el libro y no lo hago, gotas caen de mi cara y mojan las páginas. No puedo moverme.

miércoles, julio 22, 2020

La Enfermedad (fascículo 6)


Día 6 - Carolina

Despierto sin haber dormido bien. La noche pasada estuvo bombardeada por gritos, agitación, lamentos y llantos. He tenido que continuar fingiendo que dormía. No tenía ganas de hablar con Joaquín. Él es, a veces, demasiado predecible, demasiado amable, tanto que le pierdo la paciencia. Anoche no quería que se me acercara. Cierto, llevamos varios días de casados, y sólo hemos hecho el amor la primera noche después de la fiesta de matrimonio. A decir verdad no recuerdo muy bien cómo fue, pero supongo que lo hicimos, estaba cansada y algo borracha; ni si quiera puedo decir si fue bueno, malo o regular. Ese día él estaba más relajado y contento. Incluso abrazó a un amigo mío del que sé que está celoso por que piensa que es más guapo y más interesante que él. Tal vez estoy un poco estresada. Espero un día dejar de sentir rechazo por Joaquín. Claro que mejor rechazar que sentirse rechazada. Tengo tanto miedo a una vida normal, a botar mi vida en un hombre bueno, comprensivo y superficial. Me da escalofríos.

Comemos en el lounge de cubierta principal. Nos sirve una mujer de color, por un momento pienso que es a la que obligaron a subir al barco Me sonríe. Casi le siento cariño, tal vez ella podría ser alguien con quien se pueda hablar sinceramente. Joaquín la mira y cuando se va comenta sobre el cambio constante de personal. Le digo que seguramente renuncian y se van a su casa nadando.

Al mirar alrededor veo caras conocidas, algunos siempre se sientan en el mismo lugar. Los sonidos, las salas, los comedores, la piscina, nuestro camarote, cubierta, todo es un poco como nuestro pequeño barrio, nuestra vida a la que de a poco nos hemos ido acostumbrando. Hemos construido en pocos días un cotidiano. Hay una pareja que me llama la atención. Se sientan siempre detrás del piano y junto a un gran ojo de buey. Parecen de nuestra edad. Pienso que también están de luna de miel. Tal vez tienen incluso los mismos temas de conversación que nosotros. Tal vez ellos son felices de verdad, como si algo así existiera, no lo son.

En la noche vamos al Atrium, toda la tripulación está invitada a un acto especial. Al entrar nos reparten programas de mano y unas máscaras que nos dicen que nos pongamos antes de entrar. Miro la mía, es de cerámica, pintadas de café oscuro con jaspes rojos, en realidad parecería completamente negra de no ser por el brillo que te hace dar cuenta que hay una coloración. Hay los huecos de los ojos y de la boca que parece una sonrisa enorme. La forma es triangular, está coronada por dos pequeños cuernos, un demonio travieso. Atrás de la máscara hay dos cintas para sujetarlas en la cabeza. Joaquín amarra la mía, yo la suya. Entramos. Me siento estúpida al ver que tengo la misma cara de Joaquín y su misma sonrisa. Adentro es peor, todos llevamos la misma máscara. Nos sentamos. Un maestro de ceremonia, que también tiene puesta la máscara y parece demasiado animado, nos da la bienvenida al velero más grande del mundo, y nos dice que vamos a tener una noche fantástica, con artistas de todas partes del mundo, grandes músicos y bailarines. Todo es tan falso, quiero irme de ahí, quiero perderme en una isla, sin Joaquín. El Maestro de ceremonias nos presenta al Capitán del barco que nos dirigirá unas palabras. Al Capitán se lo reconoce por su gorra y porque tiene escrito en el pecho su cargo. Eso sí, lleva también la máscara. Cuando va hablar se agarra los cuernos, se acerca al micrófono, va a decir algo, pero solo gime.

martes, julio 21, 2020

La enfermedad (fascículo 5)


Día 5 - Strugull

Golpean mi puerta insistentemente. Al enfermo lo trae el ucraniano rubio que habla francés.

- ¡Il est devenu comme ça tout dans coup!

El enfermo, si es que se lo puede llamar así, tiene ojeras y ojos rojos, como si hubiera llorado mucho. Lo siento en la camilla. El Ucraniano está rojo, cuenta que le dio ajenjo. El enfermo mira al vacío, parece ausente. Palmeo su mejilla para que reaccione, un poco de saliva chorrea de su boca. Le pido que la abra la boca, que diga Aaaaaa, lo hace. Conozco a Mâred, también al ucraniano, se llama Oleksandr, ambos trabajan en servicio; soy yo el que hace cada año el examen médico de rigor. Mâred parece completamente ausente. Al revisar su garganta y oídos no veo ninguna inflamación, su nariz no presenta congestión, su pulso es normal. No tiene ningún síntoma de resfrío. Será algún agotamiento, nada más. Debería descansar. Le doy unos calmantes y se lo llevan.

En la tarde lo vuelven a traer, no ha dormido nada. Sigue igual, con los ojos abiertos.

- Sólo respira, como esperando algo.

Siempre me resulta algo patético y muy triste ver a un hombre tan grande como Oleksander llorando. Pongo una inyección a Mâred para que duerma. En la noche al enfermo lo trae una mujer que dice llamarse Marta, no la había visto antes.

- No respira.

Le tomo le pulso, no tiene pulso. Bombeo el corazón, le doy respiración, repito el procedimiento, varias veces. Me siento agotado a lado de la camilla. La mujer le habla al oído, le acaricia el rostro, le peina con las manos y se lo lleva.

A media noche tocan la puerta. Es el jefe de personal de servicio, un holandés gordo, junto a uno de los jefes de cocina. Están cargando con Oleksander.

- Se derrumbó mientras servía la cena a unos clientes.

Cuando lo siento en la camilla Oleksander mira el vacío.

lunes, julio 20, 2020

La Enfermedad (fascículo 4)


Día 5 - Mâred

Estoy en Jbail. Desde la colina Aida me mira, camino a ella, al fin ha llegado. Siento la garganta seca, avanzo. Aida sonríe, viste un largo vestido amarillo y un velo que le tapa la cabeza pero que el viento intenta quitárselo. El viento sopla y duele en el oído. Tras Aida, una sombra con forma de mujer avanza de espaldas hacia ella, no veo el rostro. Aida no deja de mirarme, y la mujer la toma del brazo, la jala. Aida sale de mi vista. Corro hacia ese lugar. La garganta me explota. Despierto.

No estoy Jbail, estoy en mi trabajo, en el velero gigante.

Me siento sobre la cama. Tengo los ojos irritados. Deben ser las cinco de la mañana, en media hora suena mi despertador. La cabeza me explota. Trato de respirar por la nariz, no lo consigo así que lo hago por la boca. Ayer me sentía bien, la enfermedad debió entrar por mis pies, hacía frío. He soñado con Aida, al menos mientras soñaba pensaba que era ella. Ahora despierto, me doy cuenta que tenía otro rostro, pero era ella.

Aida es la mujer con la que sueño desde mi niñez, nunca la he visto en otro lugar. Puedo pasar mucho tiempo sin verla, como ahora, desde la última vez habían pasado ocho años. La primera vez que soñé con ella, Aida estaba sentada sobre una gran piedra, bajo un olivo, de espaldas. Me acerqué y la llamé por ese nombre, Aida. Se dio la vuelta y me sonrió. Me pidió que baile con ella, ahí mismo bajo el olivo. Bailamos, no hablamos nada más. Aquella vez, cuando desperté estaba seguro que era una señal, que ella existía realmente, que la vería despierto y ella me reconocería. Quizás en alguna parte de Jbail ella también soñaba conmigo. Mucho tiempo estuve atento a reconocerla pese a no tener una imagen clara de su rostro, cuando la vería lo sabría, así tenía que ser. Pero no ha pasado.


Me levanto, en la cocineta hago hervir agua y paso un té de bolsa. Quiero aclarar mi garganta. El té no hace efecto. Tomo una ducha con calma, me seco, me visto con el uniforme. Salgo del camarote, la cabeza me da vueltas.

En la cocina pido un paracetamol. Mientras lo tomo veo alrededor, la vida parece ya haber tomado fuerza. Calderas, ollas, sartenes danzando por todo lado. Algunos son para el desayuno, otros para algún preparado especial del almuerzo o la cena. Los oídos se me tapan. Me encuentro con Oleksandr, me dice algo en ucraniano que no entiendo, supongo que es algo así como ¡Buenos días idiota!; a Oleksandr le gusta insultar a sus amigos en su idioma, yo le devuelvo el buenos días en árabe, él me da un abrazo. Para entendernos hablamos en francés, es mi segunda lengua, y Oleksandr por alguna razón no habla inglés, sólo ruso ucraniano y francés con un acento eslavo espantoso. Le digo que no me siento bien, que me da vuelta la cabeza, me pide que espere. Vuelve con un vaso, me dice que es ajenjo,

- Le meilleur pour le rhume.

Lo tomo de un sólo trago. La cabeza parece que me va explotar, un gran envase rosado y azul nubla mi vista, mi boca sabe a detergente. Siento el golpe del piso en mi hombro y escucho cómo se rompe el vaso, parece que muy lentamente. Escucho a Oleksandr rugir, me levanta como si no pesara nada. Corro con sus pies hacia algún lado.


Aida. La última vez la vi en un sueño hace ocho años, yo caminaba en un barrio de Montpellier, había ido a visitar a unos amigos de la familia que se habían ido con sus padres a Francia unos años después de la Independencia del Líbano. En el sueño soplaba un viento constante, yo bajé las gradas hacia Antigone, para luego caminar hacia Place de L’Europe. Al llegar a la plaza vi lo grande que era. Las viviendas alrededor parecían inalcanzables, por altas y menudas. Justo al lado vi el Lez. En medio de la plaza estaba la Venus de Milo decapitada. Tras ella, en un segundo, apareció Aida caminando, sabía que era ella. No me miró, se alejó hacia el sur, hacia el río. La luz del sol no la tocaba, parecía caminar siempre bajo una sombra, pese a que no había nubes y el sol devoraba todo alrededor. Bajó unas escalinatas hacia un restaurant a orillas del Lez, la seguí. Había un pequeño muelle que recorrió hasta el final, subió a un bote y se sentó. Fui hasta ahí, pero no pude subir a la pequeña embarcación.

- Si quieres encontrarme, un día vas a tener que subir.

Hice un esfuerzo por mover mis pies, pero no pude, me paralicé. Ella se puso de pie, y sin mirarme soltó amarras; mientras lo hacía, estuvo a unos centímetros de mí, quise hablarle, quise tocarle la mano, no pude. Dio una patada al pequeño muelle y con el impulso se alejó. Me quedé mirándola. Mientras se alejaba, el bote se convertía en un enorme velero y el río en el mar.

domingo, julio 19, 2020

La Enfermedad (fascículo 3)


Día 4- Joaquín

Atracamos en Maceió. Desde el bar café, donde tomamos nuestro desayuno en la cubierta principal, vemos y escuchamos a la gente formar largas y desordenadas columnas. Seguramente ayer, nosotros nos veíamos así de insignificantes y tontos. Le digo a Carolina si no le gustaría quedarse en el barco.

- Fantástica idea, este barco lo hemos pagado ¿no?, vamos a descubrirlo mejor.

Además será mejor con menos gente, casi exclusivo para nosotros.

Luego del desayuno subimos a la cubierta Zeus, la que está justo encima de donde están nuestro camarote y donde hay más espacio al no haber ni bares ni habitaciones. Caminamos y pasamos por la piscina central, aún hace muy fresco para bañarse, quizás después. Definitivamente es un día para aprovechar que no hay mucha gente. A diferencia de los grandes cruceros, las tres piscinas son bastante pequeñas, aunque ésta, la central, tiene un buen tamaño. A partir de mañana estaremos en alta mar por varios días y seguro esto estará con más gente de lo tolerable. Por la parte delantera bajamos a la cubierta principal, nos paramos en la proa en silencio. Es una proa pequeña, la madera por todo lado da el toque íntimo y elegante. La cubierta principal es enorme, estilo vieja fragata. Por algo dicen que es el velero más grande del mundo. Es como un crucero pero sin el lado ordinario que tienen estos. Seguramente algo más lento y más caro, pero no hubiera soportado un crucero, nada más ver las fotos en la agencia decidimos que en esa payasada no viajábamos. Hay seis mástiles que levantan unas cinco velas cada uno. No escuchamos el ruido de ningún motor y claramente hemos sido llevados sólo por el viento hasta ahora. Sin embargo, también se ve un tubo por donde puede escapar el combustible, seguramente en caso de ausencia de aire o mal tiempo. Dejo que Carolina camine unos pasos por delante mío, está esbelta, le forma muy bien la cintura el vestido que trae hoy. La abrazo por detrás y le digo que lo mejor del barco es ella.

- A la larga, puedo resultarte más cara que este barco,

Camina unos pasos por delante mío. En el puerto todavía vemos a los pasajeros rezagados que bajan corriendo, sin quererse perder lo que otros ya han comenzado a ver en esta ciudad.

Nosotros recorremos un pequeño bar y luego un largo corredor donde están las habitaciones, pasamos delante de la nuestra, la 306, Carolina se detiene.

- Finalmente si quiero sacar fotos de hoy.

Entra. Cuando sale de la habitación veo directamente el flash que me ciega un instante. Me muestra la foto en la pequeña pantalla. Parezco borracho con un ojo a medio cerrar y cara de no entender qué pasa. Le pido que la borre.

-¡No!, si está chistosísima.

Al final del pasillo unas gradas. A nuestra derecha un piano de cola, blanco, resalta en un altar, con apenas lugar para el ejecutante. También se puede ver los tres niveles del Atrium, un pequeño escenario abajo, y diferentes espacios para sociabilizar, todo bastante reducido pero de buen gusto. Bordeamos el Atrium, vemos una gran ventana redonda, ojo de buey le llaman; a través de ella se ve mitad dentro del agua y mitad fuera, eso nos pone en un ambiente especial, mágico. Al otro lado hay una biblioteca, que está amoblada a forma de living familiar con varios estantes, es pequeña, pero agradable, a Carolina le encanta. Se sienta.

- Quiero un living así.

Le digo que tendríamos que comprar muchos libros, o sino llenarlos con otros adornos más originales.

- Tontito, los libros son los que le dan el aire distinguido.

He escuchado que en una época la gente ponía en sus casas falsos libros para darse aires de erudición. No creo que la erudición viva más en los libros, la erudición es sólo una imagen, un disfraz en nuestros días.

- Voy a pedir un café acá, imaginar que estamos en nuestra casa ¿quieres uno?

Antes que responda, usa el teléfono instalado en la puerta de la biblioteca y pide dos cafés.

Carolina recorre con la mano los libros en un estante, yo la imito algo inconsciente. Recuerdo el libro que tengo en la habitación, debería comenzar a leerlo, mi amigo me hizo prometerle que al menos leería ese libro en el viaje.

- Ya verás cómo cambia viajar y leer un libro al mismo tiempo; es como viajar dos veces, en tu historia y en la historia que lees.

Pero aún no lo he comenzado, quizás esta noche, veremos. Llega el café, lo trae el mozo con cara de marroquí, su sonrisa es tan falsa que no logro retribuirle la hipocresía. Carolina le responde la sonrisa, parece no darse cuenta de su falsedad; le pide además que nos saquemos una foto los tres juntos. Apoya la cámara en la mesa y nos acomoda en el sofá con el camarero al medio. Cuando veo la foto, claramente se nota que el más incómodo soy yo. El camarero se va, no sin antes sonreír a Carolina y lanzarme una mirada agresiva mientras me dice buenas tardes.

Cuando me doy la vuelta, Carolina da un sorbo a su café sin dejar de hojear un libro en francés.

- Vingt mille lieues sous les mers, de Jules Verne. ¿Por qué habremos traducido Jules a Julio?

No se qué responder. - Es como si diríamos Guillermo Faulkner, sonaría a amigo de los pitufos.

Sonrío por no querer preguntar de quién habla. Sorbo el café, es muy fuerte, quisiera una gaseosa. Se escucha que alguien toca el piano, salimos de la biblioteca, y entramos al Atrium. Ahí un joven se balancea sobre el instrumento, la música hace que Carolina sonría aún más y se siente en una mesa,

- ¿Te parece si almorzamos acá?

Comemos en silencio.

A la tarde hace calor, nos bañamos en la piscina central de cubierta, hay sólo una pareja de viejos a parte de nosotros. Carolina se pide un mojito mientras se broncea. Yo trato de ir buceando de extremo a extremo de la piscina, pero siempre se me termina el aire y debo sacar la cabeza para respirar antes de lograrlo. Carolina toma fotos de la pareja de viejos.

Al atardecer tomamos un aperitivo en cubierta principal, desde ahí podemos ver como los pasajeros vuelven a subir al velero. Se ven muchas caras de cansancio, me alegro de no haber salido del barco, ha sido un buen día de vacación. A muchos de los que suben, no los había visto ni cruzado antes. Seguramente están en otro lugar del barco, más abajo. Vemos también que a una mujer la empujan, como queriendo que suba a la fuerza. Son dos oficiales del barco y dos mujeres morenas. A la que empujan es negra, debe tener unos cuarenta años, pechos grandes, es linda, lleva la cabeza envuelta en una colorida pañoleta. No puede ser. Miro a Carolina que también me mira como contrariada.

- No puede ser ¿no?,

Pero realmente parece ser la misma que vimos en el anticuario de Bahía. Carolina saca su cámara pero no tiene tiempo de tomar la foto. Entre forcejeos y alguna protesta, que más parece una carcajada, la negra se pierde de nuestra vista. La meten al piso inferior. Pechos grandes, pañoleta y caderona, con esas características es normal que nos confundamos, así son la mayoría de las negras.

sábado, julio 18, 2020

La Enfermedad (segundo fascículo)

Día 3 - Carolina

Me siento mejor luego de desayunar muy temprano té con pan y mantequilla. Desde la ventana del camarote veo el puerto, Salvador de Bahía. Por los parlantes anuncian que tenemos el día para recorrer y, si lo deseamos, también comer en la ciudad. Joaquín está animado, me da un beso y me dice que estoy hermosa. En cubierta nos reparten trípticos turísticos, información y consejos sobre la ciudad. Se nos recomienda el centro histórico, no ir a ciertos barrios por peligrosos como en todas las ciudades. El Centro Histórico parece lindo en las fotos, en especial el barrio de Pelourinho. Nuestro descenso del barco es más rápido de los que están en categorías inferiores donde se ven largas filas. Podemos coger un guía turístico del mismo barco, pero yo le pido a Joaquín que hagamos el recorrido por nosotros mismos. Es extraño volver estar en tierra firme. Llegar por barco nos da un aire de conquistadores, es muy diferente a llegar por avión o tierra. Caminamos una callecita que bordea el puerto. Podemos ver justo en frente y arriba, elevada, la ciudad alta. Llegamos a una plaza semicircular, ahí está el Mercado Modelo y al frente un gran elevador. Subimos, estamos rodeados de turistas de todo tipo. Llegamos a un corredor y luego una plaza. Es la ciudad antigua, el casco viejo diríamos nosotros. Deambulamos por las calles. Las casas son todas lindas, viejas y coloridas. En las plazas no es raro ver músicos, y gente bailando, turistas gordos en chancletas y pies rojos. Nos sentamos en una terraza. Yo pido un jugo de piña, Joaquín una cerveza fría. Joaquín comenta que no quiere sacar fotos. Le digo que mejor, que las mejores fotos se sacan con los ojos y el corazón, y esas siempre mejoran en el tiempo de los recuerdos. Joaquín está de acuerdo. Las cámaras arruinan la experiencia, concluye, la convierten en vulgar.

Escuchamos discutir a tres mujeres en la puerta de un anticuario. Dos de las mujeres son claramente más jóvenes que la tercera que es negra y parece la dueña. Las dos jóvenes son morenas. La dueña ríe, tiene una pañoleta colorida envuelta en la cabeza, unos cuarenta años, no es fea, aunque algo exagerada de caderas y pechos. Las tres parecen hablar al mismo tiempo sin escucharse, cada una gritando más fuerte que la otra, pero son dos contra una. Una de las jóvenes le pone un brazo encima y ella se lo quita y le responde tirándole de los pelos. Cuando la suelta, la otra joven intenta vengar a su compañera con un manotazo que busca la cara, pero ella lo esquiva. Las jóvenes dan pasos hacia atrás, la miran, la insultan cada vez con menos fuerza y se alejan. La negra parece reír también, salta como si con cada salto podría enviarles con más eficacia y más lejos sus palabras. Aún cuando se pelean los brasileños parece que la están pasando bien. Mientras brinca, sus enormes pechos se mueven, brillan. En general, no puedo dejar de mirar a las mujeres con mucho pecho, me digo que el busto pequeño es más cómodos pero igual quisiera tener más, un poco más. Cuando terminamos nuestras bebidas pasamos por el anticuario donde está ella. Joaquín le pregunta el precio de un cuadro, seguramente le mira el pecho. Ella ríe y responde en español que no cree que lo pueda pagar. Explica que ese cuadro no está a la venta, ella misma lo hizo, no es tan viejo, aunque lo copió de uno que hizo su abuela. Me quedo mirando el cuadro, está compuesto por pequeños puntitos que hacen adivinar las formas mayores. Son dos niños: un niño y una niña, no se ve sus rostros, están de espaldas y caminan de la mano en un patio vacío, quizás saliendo de una escuela, podría ser una imagen tierna, pero cuando la miro siento sobre todo tristeza, una sensación de soledad. Por un momento soy la niña y quiero no soltar nunca al niño de la mano y sentir que no estoy sola, pero lo estamos. Me emociona, me da alegría incompleta, ganas de quedarme ahí, de abrazar a la vendedora y decirle que es guapa y hablar de todo y de nada en la vida. Pero el cuadro es de ella y Joaquín no tiene derecho a querer comprarle la emoción. Le digo que no insista, que la deje en paz. Ella me sonríe y me guiña un ojo. Joaquín le pregunta si conoce un buen lugar para comer, uno sin muchos turistas, auténtico. La vendedora nos dice que esperemos un momento que su hija sabe mejor de comidas. Entra en la casa. Al poco rato sale un niño y nos pregunta en portugués qué queremos. Joaquín le dice que su madre nos dijo que preguntaría un lugar para comer sin muchos turistas. El niño pone cara de no entender. Dice que su madre vive en otra ciudad y ahí sólo está con su padre. Joaquín piensa que es una broma, no tiene paciencia, se le nota en la cara, y le pregunta por dónde comer. Nos dice que hay muchos restaurantes y todos están llenos de turistas. Lo dejamos atrás, mientras buscamos dónde comer. Joaquín dice cosas sobre los pueblerinos, sobre los negros, sobre los campesinos, no le escucho con atención. Entramos a una pensión. Joaquín almuerza un asado duro con plátano y porotos. Yo como una ensalada.

Me siento mejor respecto a la noche anterior, tal vez porque presto menos atención a Joaquín, yo sé que en el fondo lo rectangular nunca fue un problema. En la tarde visitamos una iglesia que por un momento me recuerda a Potosí, claro que sin frío, pero podría ser Potosí, por su forma y colores. Al volver al barco pasamos por el Mercado Modelo. Joaquín se compra un gorro de gringo que dice Salvador de Bahía, yo me llevo una negrita de madera. Volvemos al barco. Cenamos y mi apetito es voraz. Tengo sueño. En el camarote hay toallas cuadradas. Tomo una ducha refrescante. Al secarme, la toalla absorbe homogéneamente el agua sobre mi piel, me siento en casa. Me escurro en las sábanas. Sueño que estoy en un transatlántico de luna de miel, pero no con Joaquín.


viernes, julio 17, 2020

La Enfermedad (Relato en fascículos de diario)


LA ENFERMEDAD

(fragmento)

GIR



Día 2 - Joaquín

Tomo la mano de Carolina, está fría. Ella la retira para acomodar la servilleta sobre su falda. El Camarero con cara de marroquí, llega con un sopero elegante de acero inoxidable. Me sonríe, nos saluda. Hay algo de falso en sus modales, de construido, no tiene naturalidad. Siempre parece amable, pero su cara se tensa mucho. Nos odia, y se odia a sí mismo por tener que saludarnos amablemente. Es por nuestra apariencia, se siente diferente, genéticamente diferente. Al final todos somos racistas. Él, seguro, no tiene motivo de ponerse tan tenso, tan falso mientras nos saluda y sirve la sopa. ¿Nosotros? no más de lo normal, tengo prejuicios hasta de mi propia gente, hasta de quien se parece a mí, peor de los otros. Sólo espero que el camarero con cara de marroquí no haya escupido en nuestra sopa antes de servirnos; dicen que el servicio suele hacer eso como venganza a la degradación de servir. Y sin embargo sonríe. Su orgullo infinito sólo es apaciguado, estoy seguro, por la promesa de cobrar su sueldo.

Luego de la cena, Carolina me toma del brazo, y volvemos a nuestro camarote. Me dice que quiere tomar una ducha. Entra al baño, da un grito. Las toallas. Debí haberlo pensado antes. De todas formas le pregunto qué sucede.

- ¡Las toallas son rectangulares!

Carolina no soporta la forma rectangular, le da asco, la enferma. Necesita toallas cuadradas, las toallas cuadradas le permiten secarse homogéneamente su cuerpo. Le digo que ahora llamo para que nos traigan unas cuadradas.

- No te preocupes, lo hacemos mañana, quiero estar tranquila, tampoco es tan grave.

Me sorprende, Carolina suele ser implacable con lo rectangular, y ahora dice que no es grave, tal vez es por nuestra luna de miel; lo cierto es que cuando lo dice, en sus palabras, me siento protegido. Escucho el agua que chorrea en la ducha sobre su cuerpo, escucho cuando ella toma el jaboncillo. Trato de no pensar mucho en ella para no hacer el papel de ansioso cuando vuelva. Tomo el libro que me traje para leer durante el viaje LA ENFERMEDAD; me lo regaló un colega que tiene la pose intelectual de saber qué es bueno y qué es malo. La tapa me parece pobre, sólo están escritas las letras en mayúsculas y negras. El fondo es un simple color amarillo casi crema. A mí me gustan los libros que tienen una imagen en la tapa, una ilustración, algo sugerente. Me parece que estos que ponen letras y nada más lo hacen por ahorrar costos y desconfío. Tal vez lo comience mañana, hoy no. Carolina lee mucho más, quizás porque no le gustan las matemáticas. Pero se trajo varios libros, unos cinco, no sé si los terminará. Escucho cuando Carolina cierra la ducha. Sale de la sala de baño me mira y sonríe. Le digo lo hermosa que es.

- Gracias por hacer realidad mi sueño de un viaje así.

No es nada, Hago deslizar la bata de baño de sus hombros, ella la desamarra de la cintura. Siento su piel, está caliente, y huele a jaboncillo, pero también a ella. La beso, nos dejamos caer sobre la cama. Me acomodo sobre ella, ella abre las sábanas, y Carolina grita, y me empuja. Las sábanas también son rectangulares, Carolina no lo soporta, corre al retrete, vomita las almejas al ajillo que venían como segundo plato luego de la sopa. Mientras trato de calmarla pienso en que nunca entenderé del todo su problema con la forma rectangular. Llamo a servicio para que traigan sábanas cuadradas, debo sonar convincente pues no me preguntan la razón. Luego pienso en el camarero con cara de marroquí que nos había servido la cena. Lo imagino riendo tras la puerta mientras la escucha vomitar.

(continuará mañana en un nuevo fascículo....)

lunes, julio 06, 2020

Les Luthiers en casette y el non tiempo

En 1991 descubrí Les Luthiers, todavía no llegaba a los 11 años cuando en mi curso de música el profesor nos hizo cerrar los ojos y escuchar atentamente el audio que el pondría. Luego de cerrar las cortinas una voz profunda inundó el salón:
"Cuando Mastropiero viajó a los Estados Unidos dispuesto a componer música para cine, dos hechos le produjeron fuerte impacto. El primero fue la imponencia de los estudios de Hollywood. Decidido a triunfar, Mastropiero fue directamente a la productora más importante de todas, intentaba entrar por la puerta grande. La puerta grande estaba cerrada, y ese fue el segundo impacto..."

El resto es historia para mí. Como ya conté alguna vez, pude incluso estrechar la mano, y agradecer personalmente a Marcos Mundstock por todo. Pero hoy quiero hablar de otro viaje, uno que fue mucho antes. Porque desde 1991 hasta 1996, yo nunca vi un Video de Les Luthiers, vi fotos, pero todo lo que me imaginaba de sus obras estaba marcado por esa primera impresión y la libertad de imaginar. De hecho si bien la primera vez que vi un show de ellos en video que fue el Grandes Hitos, si bien había mucha magia, también una especie de frustración me invadió. Porque Les Luthiers en imagen era un grupo de economía y efectividad, un grupo muy adulto y no muy infantil en escena. 

Pero para mi Les Luthiers era pura fantasía pirata. La tarea que nos daba el profesor cada vez que escuchábamos una obra musical era dibujar lo que habíamos imaginado. Me parece que la segunda obra que escuché en esa misma sala con mi profesor de música era Las Majas del Bergantín. Pasé toda una tarde tratando de concentrar en un dibujo todo lo que había imaginado. Al final dibujé un barco en medio del mar divisando el barco del Pirata Raúl. Cuando escuché Las Majas imaginaba las prisioneras, los foques enrollados, las jarcias adujadas y los cabos a la cornamusa (aún sin saber qué significaba todo eso), cuando el oficial divisaba un pingüino, yo veía el pingüino y no entendía el chiste del smoking del capitán. Era todo una película super producida y todos vestidos para semejante ocasión. Lo mismo con El Asesino Misterioso, la película la tenía en mi mente con Jack el forajido. 

Para mi hubo dos Les Luthiers, el primero fue el del Audio, el que recolectaba e intercambiaba desde mis 12 años en audios de casette con los coleccionistas de todas partes. Mis primeros tres casettes de Les Luthiers lo conseguí de mi primo Nando y recuerdo la tarde en que me perimtió ir a su casa a grabarme en su aparato doble casettera. Un tiempo después yo era el que tenía cosas raras. Muchos años después pertenecía al CALL (club de amigos de Les Luthiers) por el cual los casettes raros circulaban a nivel internacional. El último que me llegó fue en 2001, con un show de 1974 y en el que escuché por primera vez Fly Airways y volví a imaginar el avión como cuando era niño. Luego el Internet mató el misterio. Y Les Luthiers se convirtió en otra cosa. Se convirtió en lo que realmente era, un grupo de humoristas de teatro geniales. Un año después, en 2002 los vi en vivo por primera vez en Mendoza.

La mente es un gran diseñador de puestas en escena que supera siempre con creces a la imagen. Por eso la creatividad que surge de las palabras nunca se iguala por las puestas en escena del cine o el teatro. Por eso la desilusión de los lectores cuando al gin llega la película que tanto esperan de su libro favorito y la trillada frase "Eso no era así", "en el libro Tyrion tiene los ojos de distintos colores" "En el libro queda claro que Gandalf muere, lo que vuelve es una reencarnación del espíritu que envía Ilúvatar, pero Gandalf en gris nunca volvió de su enfrentamiento al Balrog". 

Hace poco volví a leer con atención Dune, y pues mentalmente es una novela muy estimulante, muy cinematográfica por todo lo que propone con las palabras. En diciembre llega una película dirigida nada menos que por Denis Villeneuve, un talentoso, quizá el más idóneo (junto con Nolan) para llevar ese proyecto y poder combinar lo comercial con una propuesta estética que haga justicia a la novela. Y sin embargo, las imágenes que tenemos los que hemos leído Dune van a ser seriamente amenzadas por las imágenes que se nos impondran. Paul Atreides tendrá un rostro que no es Paul Atreides. Así como mi Bilbo no es el Bilbo de las películas, pero es difícil romper la relación una vez que lo viste.

La imagen por tanto es siempre una dictadura, una dictadura del absoluto, de la prueba irreversible que te dice esto eso y no lo que tu piensas. Y sin embargo lo que uno piensa, lo que uno imagina es un mundo de posibilidades que cambian de forma, de color, de olor. El tiempo en la lectura, el tiempo de la voz, el tiempo de las palabras es una dimensión paralela al tiempo de la imagen. Una cosa fantástica de leer una novela larga, por ejemplo Viaje al fin de la noche de Céline, o 2666 o El Sonido y la Furia (este no tan largo) es que cuando te detienes en alguna parte de la lectura, tu pensamiento tu imaginario crece, teorizas las posibilidades, conversas con los personajes, te sientes más atrapado. Una película no te da ese tiempo, vas a salir en un par de horas, y nunca conviviste realmente con los personajes.

Lo mismo la radio, lo mismo mis primeros Les Luthiers, cuando yo salía de la niñez y me convertía en el niño que cantaba sobre las píldoras anticonceptivas, pero que podía recitar Edipo de Tebas y el Divertimento matemático sobre el Teorema de Thales, todos viviendo y conviviendo en el mismo universo de colores de las voces de Carlos, Ernesto, Marcos, Daniel, Jorge, Carlitos y Gerardo.

Hace unos años hice un ejercicio sobre Voglio entrare per la finestra, y decidí meterme en el mundo de las voces de ellos y terminó siendo un cuento sobre el No Tiempo. En ese cuento por un momento de hecho se cuenta tal cual la escena de Ludovico que trata de subir por la escalera para reclamar el amor de ella. Ludovico trepa, teme, tiembla. Mi cuento no terminó siendo nada gracioso, se llama Purgatorio y fue publicado hace unos pocos años por el premio Franz Tamayo de La Paz. Y también lo conté en una versión diferente como cuenta cuentos. Y en todas esas versiones experimenté que la palabra y la no imagen impuesta siempre te lleva otros universos y casi casi siempre a salirte del tiempo. A vivir por un momento lo que Borges llamó con un cuento El Milagro Secreto.
 

domingo, julio 05, 2020

Los héroes no visten de blanco

El heroísmo es algo que nos levanta la pasión, que nos hace seguir ideales, que nos hace sentir inmortales. Y cuando alguien toma esa bandera y le mete con todo para lograr su meta, es fácil identificarse y dejarnos llevar por una extraña pasión hacia ese héroe
Lo vivimos desde siempre, es algo particular de esta substancia que somos a la cual llamamos homo sapiens. 
Los héroes existen, pero solo en nuestro imaginario. Tu héroe puede ser tu papá, tu mámá, Totti para un verdadero hincha de la Roma, Gobert, John Stockton, William Wallace, Gandalf, Aragorn, la abuela Grillo, Batman Inicia, quien quieras. Todos están en la misma categoría, son cargadores de nuestro sueños y aspiraciones. Existen, pero no. Es lindo, pero hay que saberlos contextualizar y separarlos del cotidiano, no pedirles más.
Los héroes son peligrosos cuando se vuelven bandera de la demagogia política. Cuando la atribuimos a un grupo de la sociedad, cuando ponemos a ese grupo por encima del otro. Todas esas ocasiones son malos usos de la fantasía del héroe. Los artistas que se llaman a sí mismos artistas y por eso se creen superiores son muy malos. Los políticos que usan imágenes maternales protectoras de una nación, se tiñen el pelos, discriminan a los que no son iguales a ellos, sobre todo si son indígenas, mientras roban todo lo que pueden y destruyen un país como Bolivia, no son héroes, son algo peor que villanos y esos son muy reales. 
Pero hay los intermedios que son los usados por los villanos para dominar o callar a los otros. En el caso del COVID se habla de nuestros héroes médicos, lo cual es una falacia. Los médicos son humanos como tu, como yo. Hay médicos que se rajan el lomo y ayudan a su prójimo y se ponen en riesgo, sí, siguen siendo humanos pero los queremos mucho por llevar esa imagen heroica. Pero también hay los médicos que hacen fortuna de la desgracia ajena, que usan su dinero para hacer una o muchas clínicas y seguir teniendo mucho dinero (pienso en un sketch de los Monty Python en el cual un grupo de médicos realizaba operaciones especializadas en vaciar los bolsillos de sus clientes). Y por supuesto en el medio hay muchísimos mediocres como en todo. Es más, todos los humanos en algún momento de nuestra vida es mediocre porque no logra lo que busca, hasta Messi tuvo muchos de esos momentos y sí Charly García también(solo falta tratar de escucharlo hoy y entender su voz), tal vez Mozart no, pero su leyenda es más grande que su historia hoy en día.
Es importante ubicarse. Hay mucho bruto suelto que divide el mundo entre los buenos y los malos y nos hacen más mediocres a todos, nos alejan de nuestros objetivos. Nuestro único objetivo como sociedad es ser una sociedad en equilibrio con nuestro planeta. Verán, estamos en el punto más lejano en la historia de ese equilibrio y cuando vemos una película de Marvel y creemos que estuvo buena estamos aún más lejos. 
No existen los héroes, existen las historias claro obscuras. La belleza de una historia, la verdadera belleza solo existe en la complejidad, en lo que podemos ver en un cuarto apenas iluminado por una palabra, o por el olor que nos recuerda a nuestro amor de los 16 años, por el viaje de la fantasía en medio de la realidad, pero el que no podemos comprender del todo y a veces nos hace llorar, no necesariamente con lágrimas físicas, sino por dentro. Se llama belleza porque no sabemos cómo nombrarlo.
Los héroes no visten de blanco, ni de negro, visten y a veces no visten. Los soñamos pero están acá.