Arístides se tapa los oídos, no le gusta como suenan muchas cosas en el mundo. Prefiere imaginar otros sonidos posibles.
Maqroll le pide que deje de pensar en sonidos, que piense en lo que ve, en lo que sabe que ve. Don Checo lo mira como si lo comprediera y vigila su sueño y intenta aliar una esquina lisa a un campo rugoso y la vista le duele de lo liso, y nada tiene textura, extraña la textura de que da la conciencia. La textura de los abrazos, nadie abraza a Arístedes, pero sueña que abraza y eso es lo que ve, con sus ojos cerrados.
Ya va partir el barco. No hay esquinas en el mar, sólo puertos soñados.
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