domingo, julio 19, 2020

La Enfermedad (fascículo 3)


Día 4- Joaquín

Atracamos en Maceió. Desde el bar café, donde tomamos nuestro desayuno en la cubierta principal, vemos y escuchamos a la gente formar largas y desordenadas columnas. Seguramente ayer, nosotros nos veíamos así de insignificantes y tontos. Le digo a Carolina si no le gustaría quedarse en el barco.

- Fantástica idea, este barco lo hemos pagado ¿no?, vamos a descubrirlo mejor.

Además será mejor con menos gente, casi exclusivo para nosotros.

Luego del desayuno subimos a la cubierta Zeus, la que está justo encima de donde están nuestro camarote y donde hay más espacio al no haber ni bares ni habitaciones. Caminamos y pasamos por la piscina central, aún hace muy fresco para bañarse, quizás después. Definitivamente es un día para aprovechar que no hay mucha gente. A diferencia de los grandes cruceros, las tres piscinas son bastante pequeñas, aunque ésta, la central, tiene un buen tamaño. A partir de mañana estaremos en alta mar por varios días y seguro esto estará con más gente de lo tolerable. Por la parte delantera bajamos a la cubierta principal, nos paramos en la proa en silencio. Es una proa pequeña, la madera por todo lado da el toque íntimo y elegante. La cubierta principal es enorme, estilo vieja fragata. Por algo dicen que es el velero más grande del mundo. Es como un crucero pero sin el lado ordinario que tienen estos. Seguramente algo más lento y más caro, pero no hubiera soportado un crucero, nada más ver las fotos en la agencia decidimos que en esa payasada no viajábamos. Hay seis mástiles que levantan unas cinco velas cada uno. No escuchamos el ruido de ningún motor y claramente hemos sido llevados sólo por el viento hasta ahora. Sin embargo, también se ve un tubo por donde puede escapar el combustible, seguramente en caso de ausencia de aire o mal tiempo. Dejo que Carolina camine unos pasos por delante mío, está esbelta, le forma muy bien la cintura el vestido que trae hoy. La abrazo por detrás y le digo que lo mejor del barco es ella.

- A la larga, puedo resultarte más cara que este barco,

Camina unos pasos por delante mío. En el puerto todavía vemos a los pasajeros rezagados que bajan corriendo, sin quererse perder lo que otros ya han comenzado a ver en esta ciudad.

Nosotros recorremos un pequeño bar y luego un largo corredor donde están las habitaciones, pasamos delante de la nuestra, la 306, Carolina se detiene.

- Finalmente si quiero sacar fotos de hoy.

Entra. Cuando sale de la habitación veo directamente el flash que me ciega un instante. Me muestra la foto en la pequeña pantalla. Parezco borracho con un ojo a medio cerrar y cara de no entender qué pasa. Le pido que la borre.

-¡No!, si está chistosísima.

Al final del pasillo unas gradas. A nuestra derecha un piano de cola, blanco, resalta en un altar, con apenas lugar para el ejecutante. También se puede ver los tres niveles del Atrium, un pequeño escenario abajo, y diferentes espacios para sociabilizar, todo bastante reducido pero de buen gusto. Bordeamos el Atrium, vemos una gran ventana redonda, ojo de buey le llaman; a través de ella se ve mitad dentro del agua y mitad fuera, eso nos pone en un ambiente especial, mágico. Al otro lado hay una biblioteca, que está amoblada a forma de living familiar con varios estantes, es pequeña, pero agradable, a Carolina le encanta. Se sienta.

- Quiero un living así.

Le digo que tendríamos que comprar muchos libros, o sino llenarlos con otros adornos más originales.

- Tontito, los libros son los que le dan el aire distinguido.

He escuchado que en una época la gente ponía en sus casas falsos libros para darse aires de erudición. No creo que la erudición viva más en los libros, la erudición es sólo una imagen, un disfraz en nuestros días.

- Voy a pedir un café acá, imaginar que estamos en nuestra casa ¿quieres uno?

Antes que responda, usa el teléfono instalado en la puerta de la biblioteca y pide dos cafés.

Carolina recorre con la mano los libros en un estante, yo la imito algo inconsciente. Recuerdo el libro que tengo en la habitación, debería comenzar a leerlo, mi amigo me hizo prometerle que al menos leería ese libro en el viaje.

- Ya verás cómo cambia viajar y leer un libro al mismo tiempo; es como viajar dos veces, en tu historia y en la historia que lees.

Pero aún no lo he comenzado, quizás esta noche, veremos. Llega el café, lo trae el mozo con cara de marroquí, su sonrisa es tan falsa que no logro retribuirle la hipocresía. Carolina le responde la sonrisa, parece no darse cuenta de su falsedad; le pide además que nos saquemos una foto los tres juntos. Apoya la cámara en la mesa y nos acomoda en el sofá con el camarero al medio. Cuando veo la foto, claramente se nota que el más incómodo soy yo. El camarero se va, no sin antes sonreír a Carolina y lanzarme una mirada agresiva mientras me dice buenas tardes.

Cuando me doy la vuelta, Carolina da un sorbo a su café sin dejar de hojear un libro en francés.

- Vingt mille lieues sous les mers, de Jules Verne. ¿Por qué habremos traducido Jules a Julio?

No se qué responder. - Es como si diríamos Guillermo Faulkner, sonaría a amigo de los pitufos.

Sonrío por no querer preguntar de quién habla. Sorbo el café, es muy fuerte, quisiera una gaseosa. Se escucha que alguien toca el piano, salimos de la biblioteca, y entramos al Atrium. Ahí un joven se balancea sobre el instrumento, la música hace que Carolina sonría aún más y se siente en una mesa,

- ¿Te parece si almorzamos acá?

Comemos en silencio.

A la tarde hace calor, nos bañamos en la piscina central de cubierta, hay sólo una pareja de viejos a parte de nosotros. Carolina se pide un mojito mientras se broncea. Yo trato de ir buceando de extremo a extremo de la piscina, pero siempre se me termina el aire y debo sacar la cabeza para respirar antes de lograrlo. Carolina toma fotos de la pareja de viejos.

Al atardecer tomamos un aperitivo en cubierta principal, desde ahí podemos ver como los pasajeros vuelven a subir al velero. Se ven muchas caras de cansancio, me alegro de no haber salido del barco, ha sido un buen día de vacación. A muchos de los que suben, no los había visto ni cruzado antes. Seguramente están en otro lugar del barco, más abajo. Vemos también que a una mujer la empujan, como queriendo que suba a la fuerza. Son dos oficiales del barco y dos mujeres morenas. A la que empujan es negra, debe tener unos cuarenta años, pechos grandes, es linda, lleva la cabeza envuelta en una colorida pañoleta. No puede ser. Miro a Carolina que también me mira como contrariada.

- No puede ser ¿no?,

Pero realmente parece ser la misma que vimos en el anticuario de Bahía. Carolina saca su cámara pero no tiene tiempo de tomar la foto. Entre forcejeos y alguna protesta, que más parece una carcajada, la negra se pierde de nuestra vista. La meten al piso inferior. Pechos grandes, pañoleta y caderona, con esas características es normal que nos confundamos, así son la mayoría de las negras.

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