viernes, julio 24, 2020

La enfermedad (fascículo 8)


Día 9 – Un pasajero

Cuando salí al pasillo me topé con una mujer con la ropa vomitada. La cargaban entre dos hombres grandes. Salí a cubierta y ahí justo a lado de la piscina se apilaban varios cuerpos. La gente por todo lado discutía qué hacer. Decían que había que quemar, que había que congelar los cuerpos para darles una sepultura digna, que había que botarlos al mar. No se permitía al barco atracar en ningún puerto por miedo a esparcir nuestra epidemia. No había cómo estudiar a los muertos, así que eran solo pedazos de carne apilándose. Habían decidido ese lugar porque había campo y ahí decidirían qué hacer. Volví hacia el pasillo que conducía hacia mi habitación, una mucama lloraba y luego rápidamente palidecía, comenzaba a sudar y yo ya sé qué era lo que venía , pasé rápidamente por su lado tratando de no mirar más, sentí su mano que se estiraba y su voz que se entrecortaba para pedirme ayuda, pero el que necesitaba ayuda era yo, para alejarme de ella. Cuando me encerré en mi cuarto sentí un calor violento subiendo desde mi estómago, mis mejillas. Vi a mi madre dejándome en el kinder. Recordé la confusión cuando no vino a recogerme , cuando supe que ya no vendría y le preguntaba a mi sombra por qué ella no me quería. Mis lágrimas desbordaron mis ojos y sentí que mi cuerpo ardía.

Día 12 - Strugull

Esta mañana botamos el cuerpo del capitán al mar. Al principio pensamos guardarlo, junto con los otros, para estudiarlo mejor cuando volvamos a tierra. A los primeros cuerpos los refrigeramos, pero luego habían más cuerpos y el olor se hizo insoportable. La clientela del barco comenzó a quejarse. En poco tiempo la mayoría de los pasajeros murieron. Ya no se distinguía más quién era cliente y quién del equipo. Empezamos a ver cuerpos por todo lado. La gente se descontroló, yo sólo escuchaba gritos y llantos. Ahí me di cuenta. La gente que llora es la que se enferma, es el único síntoma. Pero fue muy tarde.

Fue como una epidemia. Era mejor deshacerse de los cuerpos y olores; así que los botamos todos esta mañana. El mar oculta todo.

Ahora la gente que queda está mezclada y tratando de ayudarse. Somos unos doce sobrevivientes. Nadie lo dice pero, a decir verdad ya nadie quiere llegar a algún puerto. ¿Para qué? Cómo vamos a explicarle al mundo la catástrofe, nuestra enfermedad. Podría venir la vergüenza, podría volver la pena. Peor aún, llevarles a todos esta enfermedad, contagiarles. Nada es seguro si volvemos. Quizás allá afuera también todos tienen la enfermedad.

Salgo de mi habitación, toco la puerta de al lado, Escucho la risa de Marta. Ella me mantiene alegre mientras está cerca. Al menos es mi antídoto, mi cura contra la enfermedad de la tristeza.

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