jueves, julio 23, 2020

La Enfermedad (fascículo 7)



Día 7 Joaquín

Vuelvo al cuarto. Hemos tenido un día rarísimo. Ya hace un par de noches que pasan cosas extrañas. Y anoche, desde que al capitán lo sacaron desconsolado del Atrium, todo está aún menos comprensible. Me parece una especie de payasada. Se supone que estas lunas de miel tienen que ser perfectas, uno paga para eso. Me repito a mi mismo que al final todo estará bien. Claro que volver a las responsabilidades de mi trabajo ahora mismo no me atrae demasiado.

Esta mañana nos comunicaron a todos medidas de precaución por una posible contaminación con alguna enfermedad. Entre las precauciones está el lavarse las manos con un desinfectante alcoholizado que nos han repartido a todos en los camarotes. También nos han dado barbijos para usarlos en espacios cerrados y públicos como el gimnasio, el Atrium, los cafés, o el lounge. Muchos han decidido pasar el día en sus habitaciones. Me imagino la cantidad de quejas que recibirá la compañía al terminar el viaje, una de ellas será la mía. Carolina decidió irse a la biblioteca a leer en la tarde. Veo mi reloj, son las siete de la noche, debería volver. Si no vuelve en media hora iré a buscarla. Tengo hambre, no he probado bocado desde el almuerzo.

Me recuesto en la cama. Agarro el libro que me dio mi colega, al menos debo comenzar a leerlo:

LA ENFERMEDAD

Día 1 - Carolina

Luego de mi boda con Joaquín hemos comenzado este viaje en un transatlántico. No he dejado de sentirme peor desde mi matrimonio. Siempre dije que el amor no existe, que es una excusa de la gente ignorante para llenar el vacío de su vida. Es una solución muy fácil para justificar su existencia. Muy fácil, muy tonta. Lo que me gusta en la vida es el sexo con cariño, y a veces también el pasional. Pero con Joaquín ni lo uno ni lo otro. En la ceremonia repetí las palabras. Tenía que hacerlo, todos lo hacen. Todos deben saber en el fondo que son palabras vacías, que no hay el amor para siempre, que no hay el amor, punto. Menos amor hacia un tipo tan superficial como Joaquín. Buen tipo, eso dicen de él, buen tipo y que me quiere bien. Le gusta mi trasero seguramente, y piensa que esa atracción es amor. Y aquí estamos, comenzando un viaje a bordo del velero más grande del mundo. Dejamos Río de Janeiro enamorados según todos. Llenos de ansias por descubrir el mundo juntos. Cuánta tontería.

Seguramente mi colega de trabajo me regaló el libro para gastarme la broma sabiendo que los protagonistas tienen los mismos nombres que nosotros y que tomábamos nuestro barco en Río también. Humor de intelectual supongo, eso de crear paralelismos. Salto la lectura hasta el segundo día

Día 2 - Joaquín

Tomo la mano de Carolina, está fría. Ella la retira para acomodar la servilleta sobre su falda. El Camarero, con cara de marroquí, llega con un sopero elegante de acero inoxidable. Me sonríe, nos saluda. Hay algo de falso en sus modales, de construido, no tiene naturalidad. Siempre parece amable, pero su cara se tensa mucho. Nos odia, y se odia a sí mismo por tener que saludarnos amablemente. Es por nuestra apariencia, se siente diferente, genéticamente diferente. Al final todos somos racistas...

No me gusta. Paso rápidamente las páginas. Llego a una parte en que este Joaquín finalmente empieza a leer el libro. Me recuesto en la cama. Agarro el libro que me dio mi colega, al menos debo comenzar a leerlo. Lo cierro.

En realidad el libro contiene tan sólo unas cuantas páginas escritas. El resto, unas cien páginas, son diarios de navegación de otros personajes durante los mismos días, personajes con los que Joaquín no se cruza, aunque algunos de ellos comentan cosas sobre él. Voy hasta las últimas páginas, no entiendo, no creor lo que leo.

No estoy triste, no estoy desesperado, no estoy atrapado, pero quiero cerrar el libro y no lo hago, gotas caen de mi cara y mojan las páginas. No puedo moverme.

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